Epistemología Evolucionista
Pretende establecer un puente entre la
ciencia y la filosofía, y proporcionar una cosmovisión unitaria
Desde su nacimiento sistemático en el
siglo XVII, la ciencia moderna se convirtió en una fuente de perplejidades. Kepler y Galileo estaban convencidos de que la naturaleza es como un
libro escrito en lenguaje matemático. Pero el afianzamiento de la física de Newton llevó con razón a dudar de
que esa fuese toda la historia. ¿Cómo explicar que unas construcciones
teóricas, altamente abstractas y muy sofisticadas, se pudieran aplicar con
éxito al mundo real? Esta pregunta se
convirtió en un rompecabezas que proporcionó a los filósofos material abundante
para sus especulaciones.
Filosofías justificacionistas
René
Descartes, en los albores de la ciencia moderna, había establecido que sólo un
conocimiento demostrable según el modelo de las matemáticas podría ser
considerado como verdadera ciencia. Convencido de que esa ciencia existe,
afirmó que sus bases deberían ser verdades evidentes acerca de las cuales no
pudieran plantearse dudas.
En el siglo XVIII, el empirismo inglés, llevado hasta
sus últimas consecuencias por David
Hume, afirmó que la validez de los enunciados universales no puede ser
demostrada recurriendo a la experiencia, ya que ésta sólo proporciona datos
concretos, y ningún proceso lógico permite pasar desde los datos particulares a
las afirmaciones generales. La situación resultaba paradójica. En efecto, a
pesar del indudable éxito de la ciencia, no sería posible afirmar que sus leyes
proporcionan un conocimiento auténtico acerca de la realidad. Justamente cuando
comenzaba a afianzarse la ciencia experimental, sus fundamentos parecían
venirse abajo.
En su Crítica de la razón pura de 1781, Kant intentó salvar la
contradicción. Estaba convencido, como Descartes, de la necesidad de demostrar todo conocimiento que se
presentase como científico, estableciendo unas bases ciertas. También creía que
la física de Newton era
ciencia verdadera y definitiva. Sin embargo, recibió el impacto de Hume y concluyó, como él, que la
inducción a partir de la experiencia no es válida. Considerando que el
escepticismo era inadmisible, encontró una solución bastante ingeniosa: puesto
que los principios básicos de la ciencia no podían ser suministrados por la
experiencia, tendría que admitirse que son proporcionados por el científico. En
otras palabras, admitió que el conocimiento humano se basa en un conjunto de
conceptos y leyes que serían a
priori, o sea, independientes de la experiencia, y que proporcionarían
el decorado donde se colocarían los datos de la experiencia. Esto implicaba que
esos conceptos estaban presentes en cualquier persona y que, al aplicarlos
correctamente a la experiencia, se obtenían precisamente las leyes
fundamentales de la física newtoniana.
El
convencionalismo
A finales del siglo XIX y principios
del XX, la formulación de las geometrías no euclídeas y de la teoría de la
relatividad mostró que la física newtoniana no tenía la validez universal que Kant le atribuía. Además, el problema de la
inducción seguía siendo como un fantasma que impedía atribuir certeza a las
afirmaciones de la ciencia experimental.
En esas circunstancias, el conocido
físico Henri Poincaré concluyó
que, en realidad, las leyes científicas no son ni verdaderas ni falsas. Serían
simplemente convenciones o estipulaciones que vendrían avaladas por sus
consecuencias. Esta solución iba de acuerdo con el espíritu del positivismo de la época, que
renunciaba a conocer las causas verdaderas de los hechos y afirmaba que la
ciencia debe limitarse a establecer relaciones entre los fenómenos observables,
calificando cualquier pretensión ulterior como metafísica imposible.
Tales ideas seguían admitiendo la
concepción justificacionista de la ciencia. El convencionalismo era una
consecuencia natural si se pensaba que la verdadera ciencia debería ser
justificada mediante demostraciones estrictas, y que la experiencia no permite
formular pruebas de ese género. Además, una vez sabido que la física newtoniana
sólo era una ciencia parcial y que su valor no era definitivo, no parecía
existir ningún obstáculo para sostener las ideas convencionalistas.
El
racionalismo crítico
En 1934, Karl Popper publicó su primer libro, en el que afirmaba que
nunca pueden justificarse las teorías y que, sin embargo, el conocimiento puede
aumentar mediante el examen crítico de las mismas. El procedimiento sería el
siguiente: si bien la experiencia no permite demostrar la verdad de ninguna
teoría, una teoría que contradiga a la experiencia debe ser falsa. Por tanto,
nunca podríamos estar ciertos de alcanzar la verdad, pero en ocasiones
podríamos detectar el error. El conocimiento progresaría gracias a la detección
de errores y a la consiguiente formulación de nuevas teorías mejoradas. Pero
las teorías siempre serían hipótesis o conjeturas que jamás alcanzarán la
condición de verdades ciertas demostradas. Todo conocimiento sería conjetural,
aunque pudiera ser progresivo.
El esquema básico del aumento del
conocimiento seguiría, según Popper,
el método de ensayo y eliminación de error. Las teorías no provendrían de la
experiencia ni serían demostradas mediante ella. Así, Popper se sitúa en la línea de Kant. Sin embargo, a diferencia de
éste, afirma que las teorías son creaciones libres que pueden modificarse, y no
se basan en categorías fijas e inmutables.
En sucesivos trabajos, Popper estableció un paralelismo
entre el progreso del conocimiento y la evolución biológica darwiniana. Ambos
procesos seguirían el mismo esquema básico de ensayo y eliminación de error,
con la diferencia de que, en la evolución, lo que surge y muere son los seres
vivos, mientras que en la ciencia se trata de las teorías. En los dos casos se
daría un proceso similar de surgimiento de nuevas estructuras, selección que eliminaría
las menos adaptadas, y supervivencia provisional de las más competitivas.
Filosofía y
biología
Hasta bien entrado el siglo XX, la
filosofía de la ciencia se había centrado de modo preferente en la física, la
ciencia más exacta y con mayor éxito. Sin embargo, la biología ocupaba un
terreno cada vez mayor en la investigación.
En dos trabajos publicados en 1941 y
1943, Konrad Lorenz recogió
la teoría kantiana de las formas y categorías a priori como condición de
posibilidad de la experiencia, e intentó explicar cómo surgen esas estructuras
en el proceso evolutivo de mutación, selección y adaptación. Afirmó que todos
los vivientes poseen estructuras innatas de conocimiento, que son un resultado
del proceso evolutivo y actúan como disposiciones heredadas que hacen posible
la utilización de información y la adaptación. Como las estructuras kantianas,
serían condiciones a priori del conocimiento; sin embargo, al ser productos de
la evolución, no serían inmutables sino cambiantes. Además, el proceso evolutivo
vendría equiparado al proceso de aumento del conocimiento, en cuanto que en
ambos casos se trataría de la aparición de nuevas entidades sometidas a
selección, eliminación y adaptación: los dos procesos seguirían el camino común
de formulación tentativa y selección adaptativa.
Tal concepción es muy semejante al
esquema básico de ensayo y eliminación de error utilizado por Karl Popper. En 1974, Donald Campbell desarrolló ese
esquema desde una perspectiva biológica, utilizando por vez primera el título
de Epistemología Evolucionista.
Las ideas de Lorenz, Popper y Campbell fueron sistematizadas por Gerhard Vollmer desde 1975. El
resultado es una perspectiva que desplaza la epistemología desde enfoques casi
exclusivamente centrados en la física hacia otros en los que la biología ocupa
un lugar central.
La
Epistemología evolucionista
La Epistemología evolucionista se
presenta como una perspectiva que pretende ser el avance más importante en la
filosofía de la ciencia desde el siglo XVIII. Existe ya una abundante bibliografía
sobre el tema, tanto favorable como crítica. La obra editada por Gerard Radnitzky y W.W. Bartley III recoge cuatro
escritos de Karl Popper y Donald Campbell, que proporcionan los fundamentos de la teoría,
junto con otros catorce que amplían los horizontes y responden a las críticas.
La idea central de la Epistemología
evolucionista consiste en abordar los problemas de la teoría del conocimiento
bajo la perspectiva de la evolución biológica. En concreto, a la pregunta
original sobre la validez del conocimiento se responde recurriendo a la
biología: se dice que nuestro conocimiento corresponde a la realidad porque
somos seres vivientes descendientes de otros que, a lo largo del proceso de la
evolución, han sobrevivido debido a que habían desarrollado capacidades de
percepción y aprendizaje adaptadas al entorno. De este modo, los interrogantes
filosóficos antiguos reciben una respuesta que se presenta como científica. En
este sentido, Vollmer afirma
que "después de todo, la ciencia es filosofía con nuevos medios".
Desde luego, no hay dificultad en
admitir que algunos problemas, considerados antes como filosóficos de un modo
confuso, más tarde han sido abordados con éxito por la ciencia experimental.
Basta pensar en las teorías antiguas acerca de la naturaleza de los astros o la
composición de la materia. Tampoco es difícil reconocer que la ciencia
experimental y la filosofía están más próximas de lo que a primera vista
pudiera parecer, puesto que ambas buscan y obtienen un conocimiento de la
realidad recurriendo a la experiencia y a los razonamientos lógicos. Incluso
parece deseable que se restablezca la unión entre ambas perspectivas, dado que
la fragmentación del saber en mundos incomunicados es una de las causas
principales de las crisis de la cultura actual. Sin embargo, mayores problemas
surgen si nos preguntamos por la validez del esquema básico de la Epistemología
evolucionista.
Emergencia y
persona humana
Para explicar el valor del
conocimiento, ¿basta suponer que nuestras capacidades son el resultado de un
proceso de selección y adaptación?, ¿permitiría ese proceso dar razón de la
inteligencia, a la que se asocia la capacidad de formular teorías y someterlas
a crítica racional?
Karl Popper intenta explicar cómo
surgiría la mente humana en el proceso evolutivo, reconociendo que hay pocos
elementos disponibles y que debe contentarse con formular conjeturas muy
hipotéticas. No puede menos de ser así, porque las capacidades humanas superan
ampliamente el nivel de lo material. Popper
lo reconoce y, sin embargo, no da el
paso que sería lógico: admitir la existencia del espíritu como algo que remite
a algo situado más allá de la naturaleza y que no puede ser más que un Dios
personal creador.
Quizá ese paso parezca poco científico
a algunos defensores de la Epistemología Evolucionista. Sin embargo, si se
pretende estudiar al hombre con todo rigor, resulta inevitable. Desde luego, se
trata de un paso que trasciende los límites de la ciencia experimental. Pero
ello no autoriza a pretender explicar la persona humana prescindiendo de las
realidades espirituales, como si esto fuese una consecuencia del rigor
científico. El rigor exige más bien que, cuando se llega a las fronteras del
método que se utiliza, no se traspasen esos límites.
El
pan-criticismo
Otra importante dificultad se cierne
sobre la Epistemología Evolucionista, y es la siguiente: ¿es posible afirmar
que todo conocimiento es conjetural y continuar hablando acerca de la verdad y
del progreso del conocimiento?
Esta dificultad acompaña a la filosofía
de Karl Popper desde
sus inicios. Hacia 1960, W.W.
Bartley propuso una solución a la que denominó racionalismo crítico comprehensivo y,
más recientemente, pancriticismo.
Consiste en mostrar que no hay contradicción en afirmar el carácter hipotético
de todo conocimiento si además se admite que esa misma tesis es hipotética. En
definitiva, se subraya que, desde el momento en que no se pretende justificar
el valor definitivo de ningún conocimiento, nada impide razonar siempre de modo
hipotético.
Los argumentos de Bartley no son admitidos siquiera
por todos los popperianos. Sin duda, éstos dan pruebas de una gran capacidad
argumentativa, y esgrimen razonamientos llenos de sutilezas. Pero las dificultades
que encuentran son notables, y más todavía cuando lo que se discute es si todo,
incluídos los criterios más básicos de nuestro conocimiento, puede ser sometido
a crítica e incluso debe serlo.
La filosofía de Popper y sus seguidores se sitúa,
de modo principal, en las coordenadas del racionalismo y del empirismo. Estas
posturas tienen serios defectos que son hábilmente puestos de manifiesto por el
popperianismo. Pero eso no basta. Para sostener una teoría realista acerca de
la verdad, hace falta abordar con seriedad las dimensiones metafísicas, y este
tipo de temas suele quedar tratado de modo fragmentario e insuficiente en la
perspectiva popperiana. La epistemología popperiana tiene interesantes aciertos
metodológicos y proporciona instrumentos valiosos para el análisis de algunas
cuestiones de la filosofía de la ciencia, pero plantea serias dificultades si
se pretende construir sobre esa base una entera filosofía, y eso es lo que
parecen intentar Popper y
sus seguidores ortodoxos.
Una vez más, la epistemología
popperiana muestra sus virtualidades y sus limitaciones. Proporciona
perspectivas provocativas e interesantes, expuestas en un estilo directo y
comprensible, pero su validez parece más limitada de lo que algunos de sus
defensores pretenden.
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